domingo, 13 de julio de 2014

Es así como Guatemala está en los últimos lugares del desarrollo humano

Manolo E. Vela Castañeda | manolo.vela@ibero.mx - Los sistemas de partidos políticos son uno de los grandes temas de la ciencia política. En varios países de América Latina los partidos forman parte del paisaje, y tienen una larga vida. En Chile, tenemos a la Unión Demócrata Independiente, y a la coalición de izquierdas, liderada por los socialistas; en México, están el Partido de Acción Nacional (PAN), el Partido de la Revolución Democrática (PRD), y el Partido de la Revolución Institucional (PRI); en El Salvador, están la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). En Honduras liberales y nacionalistas habían cohabitado por décadas, hasta que en 2013 una tercera fuerza –Partido Libertad y Refundación (Libre) irrumpió. Y así podríamos seguir ilustrando casos y casos de Estados, en donde los partidos son instituciones estables. Y ocurre de vez en cuando un terremoto político, que barre con los partidos existentes, como lo acontecido, desde finales de la década de los noventa, en Venezuela, Bolivia, y Ecuador. Pero, en ese contexto, el sistema de partidos políticos de Guatemala es un caso raro. No ha habido ni terremotos políticos, ni partidos que sobrevivan. Después de gobernar, al cabo de unas cuantas elecciones más, los partidos perecen; le dejan su espacio a otros, que simplemente toman el relevo. ¿Qué país es este que devora a sus partidos?

Pero quizá los estudiosos de la política en Guatemala han obviado algo: la existencia de una agrupación de intereses que, en términos reales, no funciona como tal, sino como un mega partido.

¿Qué es una organización de intereses? es un grupo de personas que coinciden con el propósito de plantear sus demandas ante los representantes electos; para ello, como parte de su repertorio, empleando redes de influencia, utilizan estrategias de cabildeo, presión en los medios de comunicación, y también emplean recursos económicos, entre otros. Y a esto se le conoce como proceso –muy normal en toda democracia– de intermediación de intereses, el mismo que da forma a las decisiones políticas. Y claro, todas las sociedades se caracterizan por una –mayor o menos– desigualdad en la forma como los grupos influyen en la toma de decisiones.

Pero el megapartido CACIF, el Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras, la organización de la patronal guatemalteca, a pesar de no presentarse de forma directa en las elecciones tiene a “sus” diputados, congresistas que le son más fieles a ellos, que a los partidos que –solo formalmente– les inscribieron en sus listas. Se hace también de posiciones en los gabinetes de Gobierno. Y mantiene un incontrolable cruce de intereses entre abogados de grandes consorcios empresariales que luego se hacen magistrados.

Como ayer fue el Movimiento de Liberación Nacional (MLN); la Unión del Centro Nacional (UCN); el Partido de Avanzada Nacional (PAN); la Gran Alianza Nacional, (Gana); hoy es el Partido Patriota (PP). Los partidos van y vienen y el megapartido CACIF permanece. Su relación con estos es la de un intercambio: el Gobierno se compromete a no abordar temas molestos para los empresarios; a cambio de que la patronal desista de emplear su aplastante fuerza en los medios de comunicación; y así, los partidos logran salir vivos de la Presidencia, para disfrutar del dinero –bien o mal habido, eso a los empresarios no les interesa– que amasaron.

En esta relación, el megapartido CACIF transforma a los políticos –que se dejan, claro está– en sus perritos falderos ¿Es usted uno de ellos, examínese? Les amaestra, quitándoles toda idea de poder, de soberanía popular, de autonomía en la toma de decisiones. Les coloca su gorrito de colores; y les pone a hacer miradas tiernas. A condición de que el país pierda, políticos y empresarios ganan. Los políticos se hacen más pillos de lo que ya eran, porque actúan a sabiendas de que cuentan con garantía de impunidad; y los empresarios terminan contradiciendo la filosofía del emprendimiento y la responsabilidad social empresarial. Ya en adelante, el “éxito empresarial” consiste en obtener, por parte de los políticos, concesiones, obras y compras, operar en un contexto en el que se pagan impuestos y salarios bajos, y contar con una Policía que puede controlar el desorden. No hay grandes empresarios, que inviertan en investigación, que creen patentes, que compitan, que se miren en la punta de los desarrollos tecnológicos a nivel mundial… Se trata de una elite, cegada por un pobre fundamentalismo neoliberal, que no tiene compromiso con los grandes temas del país, esos que nos siguen colocando en los últimos lugares del desarrollo humano.

Fuente:  http://www.elperiodico.com.gt/es/20140706/domingo/250343/

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