domingo, 24 de agosto de 2014

Transgénicos, caros y suicidas


EL ACORDEÓN 
Transgénicos, caros y suicidas
24 Agosto 2014...
Ana María Rodas




Si Miguel Ángel Asturias reviviera haría dos cosas: morirse de nuevo en medio de una rabia inmensa, o planificaría con algunos de sus vecinos en el cielo —miembros de la mafia italiana que murieron en sus camas, arrepentidos y con el pasaporte más infalible: los santos óleos aplicados luego de una confesión completa— la extinción total de la monstruosa Monsanto, sus dirigentes, sus socios, y los serviles “consultores” que por 30 monedas hacen penetrar a la firma hasta en su propio país, que caerían sin remisión alguna en las profundidades del averno.


¿Y por qué digo esto? Porque Asturias avaló con su libro Hombres de maíz, la esencia de nuestra carne y sangre. Maíz sagrado del que habla el Popol Vuh, el libro venerable y santo de nuestros antepasados. Aquellos seres que, con métodos naturales y con amor obtuvieron del teosinte o teocintle, que de ambas maneras suele llamarse a la planta silvestre, el maíz que dio vida a poblaciones indígenas mesoamericanas, tal como el trigo lo hizo en Europa o el arroz en Asia.

El maíz dio vida a las poblaciones mesoamericanas, especialmente a los mayas. Los elotes como les decimos nosotros, las panochas, como le llamaron los españoles, están representados en todos los sitios arqueológicos mesoamericanos.  Cómo no iban estar allí, tallados en la piedra de los templos y otros edificios sagrados, si significan la vida para los pueblos que nos antecedieron. Y continúan siéndolo.

Tortillas de maíz blanco, amarillo o negro, pishtones, tamalitos de camino, tamales rojos, tamales negros, tamalitos de elote, con frijoles negros, de chipilín, con queso, chuchitos de carne de cerdo, de pollo, tayuyos, tortillas con chicharrón, tacos, enchiladas, elotes asados, cocidos, atoles variados como el de elote, el blanco —la chicha morada de los incas que se hace con maíz morado, que hasta allá llegó el maíz mesoamericano y halló otras vestimentas— tascales, hallacas, sopes, garnachas, tlacoyos, arepas, tostadas de frijol, de salsa de tomate, de aguacate y más recientemente, tostadas de chao min, esto en el Oriente del país.

Varidades de maíz que no pertenecen a nadie y que están ahí para quienes las cultiven, como ha sucedido desde siglos y siglos.
Para que venga ahora Monsanto y se apropie de ellas con el pretexto de cualquier balandronada. El copyright.

De maíz y de cualquier otro producto agrícola nativo. Cualquiera.

Monsanto, que se dedica a producir venenos, y alimentos transgénicos que cada vez necesitan más y más modificaciones porque los pesticidas de Monsanto actúan como los antibióticos. Y las plantas se han llenado de gusanos y otras plagas. Inmensos y más difíciles de atacar.

Me parece que ya se vende en Guatemala, pero no lo aseguro, el maíz modificado por Monsanto, cuyos granos se compran y se siembran y dan plantas cuyos elotes no pueden ser utilizados como semilla porque tienen, genéticamente implantada, la orden de suicidio en cuanto acaba una cosecha. Para que los campesinos deban comprar semillas cada año. A Monsanto, claro.
Y mientras todos andábamos idiotizados con el campeonato mundial de Fútbol, los diputados metieron el gol que podría ser la peor tragedia del país, porque Monsanto no quiere solo el maíz. También desea el frijol, el maicillo, el arroz. Cualquier alimento. Ya lo han hecho en otras partes. Pero hay países que les han presentado un frente, y luchado para proteger su derecho a alimentarse de la tierra que les pertenece.

Y todo apunta a una persona, que sería a quien le deberíamos esa tragedia nacional: al inefable Mariano Rayo, ex diputado, ahora —y siempre— consultor al servicio de los intereses extranjeros.

En su página de Linkedin, se dice: “Liderazgo comprobado en la creación de alianzas entre diversos sectores sociales, políticos como económicos para la consecución de aprobación de legislación…”

Sí, el Mariano Rayo que además, en 2011, tuvo que aceptar públicamente que había publicado en La Hora un artículo plagiado del diario argentino La Nación. Hombre probo indudablemente. Prócer, como esos diputados que, en la oscuridad de la noche, aprobaron la Ley Monsanto.

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